“Tengo éxito si una persona se va con una imagen, un pensamiento, una realización, un sentimiento que pueden usar en su vida, incluso si no pueden recordar cómo se llaman las piezas o mi nombre”
Bill Viola (Nueva York, 1951) es
reconocido internacionalmente como uno de los artistas más destacados de
nuestros tiempos y uno de los grandes pioneros del videoarte. Con una
trayectoria artística de más de cuatro décadas, ha explorado, mediante el uso
de tecnologías audiovisuales, cuestiones universales como el nacimiento, la
muerte y el paso del tiempo.
La exposición, reunida en la Fundación Telefónica,
recoge una selección de más de veinte obras significativas del videoartista,
desde sus inicios con piezas como The Reflecting Pool hasta producciones más
recientes como las cuatro obras de la serie «Mártires», derivadas del encargo
realizado para la catedral de Saint Paul de Londres en 2014. Su evolución ha
caminado paralela al desarrollo tecnológico, que ha ido introduciendo en sus
obras según se producían (desde los enormes monitores de caja a la pantalla
plana). Une modernidad tecnológica y clasicismo en los temas y los gestos, como
en El quinteto de los sobrecogidos
(2000), en el que cinco personas de pie y muy juntas experimentan, a cámara
superlenta, marca de la casa, un sentimiento de emoción profunda que acaba
abrumándolos; una escena que nos lleva de forma irremediable a recordar obras
del Bosco o Caravaggio.
Comienza
con un autorretrato de 1996 y termina con otro de 2013. Este último es Autorretrato, sumergido, una de sus
obras más recientes, en la que lo vemos con los ojos cerrados flotando en el
agua aparentemente muerto, pero sereno, como si durmiera, mientras se espera
que dé una bocanada y salga indemne.
La exposición
gira en torno a las preguntas que el artista se hace sobre la vida, los grandes
interrogantes que se nos presentan y la conciencia humana. Reproduce las
emociones humanas, recoge los cambios que producen en las expresiones, para lo
que trabaja durante largo tiempo con los primeros planos para recoger todos los
detalles. Como en un cuadro clásico, los gestos nos hablan; pero en su caso,
vemos los sutiles cambios de sus rostros, advertimos el lento discurrir de las
pasiones en un cuadro que se transforma ante nuestra mirada.
La cámara
lenta con la que se nos presentan las imágenes, nos introduce en un ambiente
que parece estar fuera del tiempo. Es un mundo irreal, que nos presenta otra
cara, otra visión, de lo que existe. El tiempo deja de existir y, al mismo
tiempo, es más importante, porque esa lentitud destaca los detalles hasta
convertirlos en esencia, en arte.
Las
sensaciones se amplifican, olvidamos la tecnología para solo imbuirnos de esa
visión del instante que se nos narra: el ciclo de la vida. Obras que hablan del agua, metáfora del
nacimiento y renacimiento y umbral que hay que atravesar, del fuego
purificador, pero también del paso del tiempo, convertido en algo físico y
tangible; de muerte, amor, dolor y redención; algunos de los grandes temas de
la condición humana.
Impactante e intensa es Tres mujeres
(2008), que reflexiona sobre el paso del tiempo en el que una madre y sus dos
hijas vuelven del más allá (atravesando una cortina de agua) para luego
regresar y desaparecer para siempre
Viola nos
entrega un universo onírico que nos atrapa, nos deja absortos y nunca
indiferentes. Son cuadros que cobran vida y nos entregan sus secretos.
Penetramos en salas oscuras en las que destacan las imágenes de las pantallas
y, también, penetramos en un tiempo detenido que nos hace reflexionar. Durante
el tiempo de su visionado, la vida se detiene y, a la vez, se hace más intensa.